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sábado, agosto 18, 2007

El gimnasio como antítesis de la sociedad.

Hará poco más de 15 años, cuando comencé como socio en el gimnasio Olimpic (en el que ahora trabajo y que anda ya con 47 años a la chepa), el concepto por el que iba la gente al gimnasio es totalmente distinto al actual.

A principios de los 90 era la época de los machacas: Culturistas con aquellos leggings de colores al estilo McHammer, especialistas y fanáticos de las artes marciales en su época de máximo esplendor en España o chicas en un estado de forma más propio de competición realizando aeróbic de alto impacto era lo que nutría las salas no hace tanto tiempo. El gimnasio era para cuatro loc@s.

Con el paso del tiempo hemos visto una evolución muy marcada y, por qué no decirlo, tal vez demasiado rápida: Los gimnasios han llegado a todo el mundo (lo más positivo, sin duda), con el objetivo de compensar el resto de nuestra vida diaria.

Y es que el trabajo actual tiende al sedentarismo y a la individualidad, todo lo contrario a nuestros gimnasios (GRACIAS A DIOS!), donde la gente busca en un par de horas a la semana arreglar todos los malos hábitos de las otras cientosesenta y pico (horas por semana, me refiero).

Además, en un gesto bastante similar al de las discotecas, pero sin alcohol y otras historias por enmedio, la gente se transforma: más sociable (cuando igual en el trabajo no quiere ni coger el teléfono con tal de no hablar con nadie), más sano (en el bar-restaurante del gimnasio come una ensalada que no volverá a probar hasta el próximo día que coma en el centro), más alegre... menos más alto y más guapo (y porque no se puede) todo se transforma en positivo.

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